¿Y si no existieran las fronteras?
El viaje de Juan
Hemos hablado con Juan, socio de Oxfam Intermón desde hace más de 15 años. Juan tuvo la oportunidad de viajar a Honduras en 2019 con otras personas colaboradoras para conocer algunas de las comunidades a las que están apoyando.
Cuéntanos un poquito sobre ti
Soy Juan, tengo 54 años, soy funcionario de la Seguridad Social y socio de Oxfam Intermón desde hace 17 años. También soy socio de otras ONG (Médicos Sin Fronteras, Médicos del Mundo, UNICEF)... Esto es como una enfermedad: cuando eres de una eres de otras tantas.
¿Cuándo y por qué empezaste a colaborar con Oxfam Intermón?
No recuerdo el motivo concreto. Supongo que nace de ti, sientes que debes o quieres colaborar, y Oxfam Intermón es una de las ONG con más repercusión, que más aparece en los medios.
Antes del año pasado, ¿sabías que existía el viaje? ¿Te habías inscrito alguna vez?
Sí, yo me he inscrito todos los años desde que me enteré. Aquí en Madrid los socios hacían la presentación en otoño, y yo siempre iba, escuchaba sus historias, me apuntaba, no me tocaba… Hasta esta vez, que me repescaron y pude ir.
¿Cómo fue el viaje? ¿Qué recuerdos tienes?
El grupo nos conocimos en la T4, en el momento de coger el vuelo. Todos estábamos muy ilusionados. No nos conocíamos, pero la experiencia del grupo fue fantástica. Todo el mundo era muy sociable y estaba muy ilusionado por hacer el viaje. La convivencia en el grupo fue estupenda, es una de las cosas buenas del viaje, no solo conocer los proyectos de Oxfam Intermón sino tener también una experiencia de contacto con otras personas. La gente está feliz de participar en ese viaje, contenta de ver cosas, conocer a personas, de reír, de cantar…
Estuvimos allí unos ocho días. Teníamos una agenda muy apretada, porque en Oxfam Tegucigalpa se habían preparado muchas cosas que enseñarnos e iban siempre mirando el reloj. Vimos muchas cosas y, sobre todo, muy diferentes.
El primer día empezamos viendo un refugio de mujeres llamado “Calidad de vida”. Era un lugar en el que, en la entrada, ya había un vigilante jurado con chaleco antibalas y escopeta, cosa que, dado el nivel de violencia que hay en Honduras, es algo habitual. Allí acogían a mujeres maltratadas, mujeres que a veces llegaban macheteadas o mutiladas, en unas condiciones deplorables y unas situaciones de violencia extrema.
Por la tarde fuimos a la colonia Ramón Amaya, en la periferia de la capital, donde hablamos con gente que recibía una pequeña habilitación comercial para montar pequeños negocios que habían abierto gracias a microcréditos de Oxfam. Los distribuían a través de las organizaciones locales con las que colaboran. Fue bonito ver a gente que se ilusiona con muy poquito, porque allí el negocio se entiende de otra manera: tener una estantería en la entrada de casa con champús y cremas, un pequeño negocio de pintar uñas... A ellos les sirve para tener un ingreso, sobre todo a las mujeres, que consiguen empoderarse un poco y tener un mínimo dominio de su propia vida. Así demostraban que también servían para algo, no solo para estar en la cocina y cuidar niños, como mucha gente pensaba allí.
Vimos también unas mariscadoras en el golfo de Fonseca, en el sur, en la Costa del Pacífico. Ellas hacían una explotación por métodos tradicionales, respetando tallas mínimas, y también repoblando el manglar. Querían una concesión para la explotación de la zona en exclusiva, pero había mucha oposición e, incluso, gente que destrozaba el manglar que ellas iban plantando.
Desde allí fuimos al interior y vimos dos comunidades rurales, una en San Marcos de la Sierra, una comunidad de mujeres llamada Las Hormigas. Ellas cultivaban el campo y se mostraron muy agradecidas porque habían podido comprar materiales e instrumentos como colmenas para producir miel. Nos hablaron de su experiencia, todas nos contaron su historia. Descubrimos situaciones chocantes.
Siempre me acordaré de una mujer de unos 35 años pero que estaba muy avejentada, se la veía destruida psicológicamente por la violencia que había sufrido. Recuerdo que ella decía: “A mí las vecinas me decían que viniera a Las Hormigas, pero yo no tenía nada que aportar, pensaba que quién era yo para venir aquí. Al final fui a la asociación y lo primero que aprendí fue que yo tenía derechos”. Viniendo de un sitio como España, donde todos tenemos claros nuestros derechos, ver a una mujer adulta allá que se acaba de enterar de que ella también los tiene… Imaginas que ha vivido sometida primero al padre, luego al marido...
También me acuerdo de otra que hablaba con mucha seguridad y decía: “En contra del criterio de todo el mundo, incluso de mi propia madre, yo mandé a mis hijos y a mis hijas a la escuela. Ellos pensaban que mandar a las niñas tampoco tenía sentido, pero yo las mandé, y mi hija ya está a punto de llegar a la universidad”.
Vimos cosas que eran superchocantes, ni te las planteas… Venimos de un mundo totalmente diferente. Yo tengo dos niñas, y tienen el mundo para ellas; sin embargo, allí la vida de las mujeres está determinadísima desde que nacen.
Fuimos también a la casa de Berta Cáceres, una activista medioambiental asesinada hace unos años. Hablamos con su madre y sus hermanos, y nos impactó mucho la impunidad de la gente que había detrás del asesinato. En este caso se quería construir una presa, y como Berta lideraba la oposición, acabaron con ella. Nos contaron que Honduras es un país con las puertas abiertas para quien tiene dinero, que puede hacer lo que quiera. Y el caso de la presa a raíz de la cual asesinaron a Berta es un ejemplo de ello. Ahí había dinero de Holanda, de Alemania, etc., pero luego son los sicarios locales los que ejecutan las órdenes.
Otro día visitamos Santa María de la Paz, una comunidad muy aislada en el interior del país. Allí había una serie de familias que tenían colmenas, plantaciones de café… Ellos nos hablaron de sus proyectos y lo que pretenden. No quieren limitarse a producir miel o café y venderlos como materia prima, sino que les interesaría envasarlos y venderlos directamente a Europa. Ahí es donde está el dinero: vender el producto terminado a un distribuidor grande. Te das cuenta de que la gente tiene mogollón de proyectos, tiene las cosas claras. Por ejemplo, saben que la madera del ébano es muy valiosa y se puede cultivar junto al café. Pero es lo de siempre: necesitan un pequeño empujón financiero para poner en práctica todo ello.
En otra ocasión, cuando estuvimos en la comunidad de Tegucigalpa donde daban microcréditos a las mujeres, vimos que los cuadernillos con los que estudiaban estaban mal grapados, mal doblados… Pero ellas estaban encantadas. Había gente que te decía: “Ahora sé si gano dinero, antes no lo sabía; antes yo compraba y vendía a tal precio, pero no sabía si ganaba algo o estaba perdiendo, a pesar del esfuerzo y del trabajo”.
Lo último que visitamos fue en el norte, en la zona más industrial. Allí vimos la industria textil, donde las condiciones de trabajo son casi de esclavismo: no se respetan los salarios mínimos, las jornadas son imposibles, la gente aguanta sin comer o sin ir al baño por llegar a la producción… Acaban con una gran cantidad de lesiones crónicas por trabajar con malas posturas, haciendo movimientos repetitivos... de la espalda, de los hombros... Y quien no sirve para trabajar es despedido. Allí Oxfam apoyaba a una organización que lucha para que la gente que esté en peores condiciones físicas sea reubicada en otro puesto, adecuado a su situación.
Sobre todo, querían que se respetasen las leyes, porque normas hay, pero no se respetan, como el salario mínimo. Las trabajadoras de las maquiladoras (industria textil) nos decían directamente: “Que sepan ustedes que cuando en Europa o en Estados Unidos compran ropa barata en parte es por las condiciones en las que trabajamos, porque nosotras nos destrozamos el cuerpo”. A mí me resultaba muy duro escuchar esto. Yo tengo mis dos hijas, a las que les encanta ir de compras, y cuando vuelven con chollos se las ve felices...
Después de tantos años siendo socio, seguro que conocías mucho la labor de Oxfam Intermón en los diferentes países. ¿Hubo algo que te sorprendiera de lo que viste allí?
Lo que más me sorprendió fue el apoyo a las organizaciones locales, que son fundamentales. En lugar de montar allí sus proyectos, la forma de trabajar es apoyar a las organizaciones más pequeñas que están allí establecidas, que conocen el terreno y todo lo que hay, a la gente...
Allí te agradecen que les estés apoyando porque tienen muy claro de dónde procede el dinero, pero te ven como que les estás apoyando desde detrás, porque su primer contacto es la organización local: la fundación, la asociación…
¿Qué aprendizaje te llevas del viaje?
Sobre la realidad de Honduras, descubrí que es un país superviolento a todos niveles. Conocíamos el problema de las maras en Tegucigalpa, que no son solo unas bandas juveniles, son mafias. Y la violencia de género, que allí está por todas partes, vayas donde vayas y hables de lo que hables. También la violencia del Estado: una mujer va macheteada a un hospital y no hay un protocolo para que eso se investigue, sino que se le hacen unas curas rápidas y luego la echan a las calles. Es una sociedad muy violenta, donde la vida no vale nada. Te podría contar historias de gente que han muerto de una forma indignante, se me saltaban las lágrimas.
Personalmente he aprendido que vivimos muy, muy bien, y creo que, de alguna forma, somos responsables de cómo viven los demás, no sé si a nivel personal o a nivel político.
¿Volviste con más o menos esperanza sobre el futuro?
Vuelvo con esperanza, sobre todo porque Oxfam Intermón también trabaja para tener incidencia en el ámbito político. No se trata solo de ayuda asistencial puntual, tienes hambre y te doy un bocadillo, o quieres montar un negocio y te doy un microcrédito. Por ejemplo, en el caso del refugio de mujeres, la que lo llevaba estaba a nivel nacional en comités y otros organismos para regular el tema de la violencia de género, para que se aplicaran las normas, para acabar con la impunidad… O, en el caso de Berta Cáceres, se trabaja para que se respeten las comunidades, los recursos de los indígenas…
El primer día George, el jefe de Oxfam Honduras, nos contó cómo intentan conseguir, a través de la incidencia política, que exista más igualdad, que haya menos violencia de género y que se vayan respetando las normas. Por esa parte sí estoy esperanzado, creo que a medio plazo Honduras se puede convertir en un país en el que se pueda vivir.
¿SEGUIMOS VIAJANDO?
Puedes seguir conociendo la cara nunca vista de los viajes de socios y socias de Oxfam Intermón o, si con este testimonio te han entrado ganas de vivirlo en primera persona, apúntate al viaje de 2021 con destino a Guatemala.
